Dicen que no tienes idea de cómo se siente hasta
que te pasa a ti para referirse a toda clase de experiencias traumáticas, y
lamentablemente no se equivocan.
El día sábado 17 de febrero casi a las 12 de
la noche caminé al grifo Repsol de la avenida Raúl Ferrero, a pocas cuadras de
mi casa. Entré a la tienda, compré un jugo y un par de chocolates y salí a
caminar. En la puerta me percaté de un grupo de niños, adolescentes, que
estaban mirándome sentados en la esquina de la calle. Me puse mis audífonos con
el volumen alto como siempre y me dispuse a caminar rumbo a mi casa. Cuando
pasaba por el Plaza Vea de Molina Plaza me di cuenta que el grupo de chicos,
unos diez aproximadamente, estaban caminando detrás de mí. Completamente
despreocupada continué mi camino. Cuando me encontraba a espaldas del
supermercado, sentí que me tiraban una palmada en el trasero.
Tardé medio
segundo en reaccionar y darme cuenta de lo que había pasado. Nunca en mi vida
pensé que tendría que escribir estas palabras juntas, en la misma oración y en
este orden, conjugando los verbos como lo estoy haciendo. Pasó tan rápido, solo
pude alcanzar a ver la vestimenta del chico: polo negro y short rojo, mientras
desaparecía corriendo y entre risas con el grupo de sus amigos que lo siguieron
por una calle oscura. Sin pensarlo dos veces y antes de recuperar mi aliento,
me dirigí detrás de ellos. Yo caminaba y ellos corrían, mientras en mi cabeza
barajaba mil ideas y posibilidades.
Quería gritarle que quién rayos se creía
que era ese mocoso, que no tenía idea con quién se había metido. Pensé en
llamar a serenazgo, en ponerme a gritar como loca, en buscarlo ¡y reventarle la
botella que tenía en la mano en la cara! Se me hizo un nudo en la garganta, no
podía superar lo que acababa de vivir. Me sentí impotente y con ganas de llorar
de la rabia, pero al mismo tiempo decidí que ese no podía ser el final del
asunto. Caminé hacia la esquina de la avenida Arboleda cuando divisé al grupo
de muchachos un par de calles más abajo, seguí caminando detrás de ellos y esta
vez comencé a gritar en voz alta: "ven acá chibolo". Al verme, los
chicos asustados comenzaron a correr en diferentes direcciones. Llegué hasta un
parque, donde un grupo de sus amigos se rindieron de la persecución que yo
había emprendido.
Continúe siguiéndolo por más parques enrejados y preguntando
a todos los vigilantes si lo conocían, si sabían quién era o dónde vivía. Hasta
que lo vi correr en compañía de un chico más a través de una reja, un par de
minutos después vi que otro chico regresaba y pensando que se trataba de uno de
sus amigos me dispuse a interrogarlo. Al verme sumamente alterada el chico me
preguntó que había pasado, después de contarle lo sucedido se ofreció a
acompañarme a buscar al atrevidísimo mocoso. Dimos una vuelta al grifo y
regresamos por la avenida, en otra esquina terminé encontrándome con el grupo
de amigos del chico que me acosó.
No puedo recordar exactamente qué les dije
por más que lo intento, pero en todo mi malestar logré manifestarles
principalmente lo que pensaba. Les recordé que como ellos yo también vivía ahí
y tenía tanto derecho como lo tenían ellos a caminar por mi casa a la hora que
me diera la gana, con la ropa que me diera la gana y no necesitaba estar
acompañada de alguien para no ser atacada. Algunos atinaron a excusarse
diciendo que ellos no habían hecho nada, que no tenían la culpa, que incluso no
tenían ningún tipo de influencia sobre su amigo, pero que claro que sabían que
lo que había hecho estaba muy mal. Les dije que el acto que habían presenciado,
y del que en parte habían sido cómplices, era un acto de violencia. Que me
había jodido en extremo, por supuesto que sí! Que esa "broma" que
seguramente se habían animado unos a otros a hacerle a la chica que caminaba
sola me había malogrado un buen día. Que me había dolido tanto como le duele a
alguien una cachetada, o como duele escuchar una palabra hiriente. Que para la
mala suerte de su amigo, Sergio Bianchi, yo pertenecía al Observatorio Virtual
de "Paremos el acoso callejero" y por supuesto que me iba a encargar
de denunciar estos hechos y que se enterara toda la gente posible. Este grupo
de niños de 15 años creo que barajaron la idea de que yo era también una
adolescente más y que después de ese acto de violencia mi actitud sería de
"ya fue, qué importa" y que no iba a hacer absolutamente nada. Pues
se equivocaron...
Los invité finalmente a buscar la página del
observatorio en facebook, espero que lo hayan hecho y si me están leyendo desde
aquí les envío mis más cordiales saludos. Sí, eran unos niños de 15 años... Esa
edad tan complicada en la que nos sentimos muy grandes, muy valientes, con
ganas de hacer muchas cosas de adultos y con los pies puestos en la puerta
grande de nuestro futuro y al mismo tiempo nos aferramos a ciertas inmadureces
propias de la edad. No tenían ni idea de que yo tenía 21 años y lo noté en sus
caras de sorpresa, mucho menos esperaron que yo los siguiera o que los buscara
y creo que mucho menos pensaron que tendría algo que decir al respecto. La verdad
es que tuve mucho, y en medio de todo lo alterada que me sentía creo que logré
transmitirles mi mensaje de malestar e indignación. Por supuesto no está de más
repetirlo: jamás me voy a quedar callada frente a cualquier tipo de acto de
violencia que presencie o que me afecte. Nunca voy a permitir que transgredan
mi derecho al libre tránsito, ni le voy a sonreír ni voy a agacharle la cabeza
a ningún acosador callejero.
Tengo que agradecerle a Cristóbal, el chico que
sin conocerme se ofreció a acompañarme a buscar a mi agresor. También se animó
a encarar al grupo de amigos y fue reconfortante escuchar las mismas ideas
desde la perspectiva de otro hombre. Infinitas gracias por eso!
Quiero tomar esto que me pasó a mí más que como un
trauma o una mala experiencia, como el empuje para seguir trabajando en la
iniciativa de "Paremos el Acoso Callejero" y espero que utilizar este
medio tenga el efecto de impulsar a otras mujeres a contar sus historias, a
encarar a los agresores. También a seguir trabajando en conjunto para combatir
esta forma de violencia que afecta a todas las mujeres cotidianamente. Mucho
más importante es lo que yo escojo el día de hoy, y que espero que todas las
mujeres escojan conmigo, el hecho de rehusarnos a ser simplemente víctimas.
Rompamos con el círculo vicioso, es fácil correr y esconderse y no dar la cara.
Siempre será mucho más difícil armarse de valor y encarar a un agresor, pero es
importante que lo hagamos y que el resto del mundo se entere que no vamos a
tolerar ningún tipo de violencia.