Aunque no
escribo mucho aquí no he dejado de hacerlo, de hecho que no publique no
significa que a diario no me siente aunque sea un ratito a garabatear un par de
palabras en papel o a escribir algún párrafo del comienzo de algo que sé que no
voy a terminar en mi computadora. Hoy, como tantas otras veces, escogí darme el
gusto de leer cosas por puro placer antes de abrir mis diapositivas de Derecho
Tributario (mi final es mañana y ni siquiera sé qué es un maldito tributo).
Entré las
varias horas que dediqué del día de hoy a leer, encontré un artículo de la
revista Esquire, un escritor se había contactado con la cabeza de un movimiento
llamado “Radical Honesty” que básicamente promueve la idea de dejar de mentir,
en cualquier circunstancia. Este programa, movimiento, técnica o lo que sea
toma a la mentira como principal fuente de estrés en la vida de las personas.
Por ende, decir la verdad debería llevarnos a una vida más feliz.
Decir la
verdad en cualquier circunstancia implicaría entonces ser bastante malcriados y
romper con algunos filtros mentales para decir, sin ningún pelo en la lengua,
aquello que realmente pensamos. Esta excepcional honestidad sin duda puede
llevar a algunos descubrimientos y revelaciones importantes en nuestras
relaciones interpersonales. Probablemente a una mayor cantidad de desagradables
sorpresas también.
No más “mentiras
blancas”. Ya no diría: tomé la pastilla, me bañe hoy, llego en 5 minutos, no me
duele nada, no estoy ‘stalkeando’, voy a leer para el control, es la última
clase a la que falto, voy a comer más tarde…
Entiendo el
atractivo de cambiar el discurso, de ser directos, comparto la curiosidad; ¿qué
pasaría si no vuelvo a decir una mentira más? Si de hoy en adelante no hay más
manipulación, sino verdad absoluta con cada persona que me dirija la palabra. Pero
no todo el mundo resiste bien la verdad sin maquillaje, ni mucho menos están
dispuestos a darte la verdad de vuelta. ¿Qué tanto daño le haríamos a las personas
más cercanas a nosotros si lo hiciéramos?
Personalmente
siempre pedí la verdad a todos los que quisieron negármela en algún momento,
sin condimentos, y no me arrepentí. Fue difícil y doloroso escucharla muchas
veces pero me dije a mí misma que era lo que yo había querido, así que tenía
que mantener mis orejas puestas en su lugar y vivir con todo lo que me daba
miedo saber. ¿No es más grande el miedo de no saber?
Yo también
negué la verdad varias veces, y ahora sé que no hubo ni una pizca de sacrificio
o “soy mártir” en ello. Nada de no quise hacerle daño, es puro y simple
egoísmo, es miedo a que no te quieran más, a que decidan alejarse y embarcarse
en el primer barco hacia me-olvido-de-ti. Tampoco creo en la verdad que se
escupe o vomita y ensucia todo lo que está alrededor, para mí siempre hay un
momento para decir las cosas que merecen ser escuchadas con toda la atención
posible. Yo lo hago si miro a los ojos, si escribo una carta, si hago un
regalo, si pido perdón. Con el tiempo he aprendido a decir lo que realmente
pienso a las personas que realmente me importan.
Sin ninguna mentira blanca te diría; que si verbalizo tanto mis dolores es porque me gusta saber que te preocupas por mí. Que te mando fotos y te escribo cartas para que me extrañes, porque quiero que pienses en mí cuando no estoy ahí. Que lloro demasiado, soy muy sensible y lo considero un defecto, que en los días que estuve físicamente lejos de ti se acabaron esos 3 litros de lágrimas que me quedaban. Que tengo miedo de perderte aunque sé que no eres mi propiedad. Que me asusta la idea de que te aburras de todo mi drama y las complicaciones que arrastro conmigo. Que antes de irme a dormir veo una película en mi cabeza de todos los días que hemos pasado juntos. Que creo que piensas que soy mejor persona de lo que soy realmente, muchas veces creo incluso no merecerte. Que tu amistad es lo más valioso que tengo. Que si tengo un plan para el futuro: quiero regalarte un perro. Que quiero extender este presente y hacerlo infinito, porque nunca estoy tan feliz como cuando estoy contigo.