Somos energía: sin principio ni fin, y por lo tanto la posibilidad de extinguirnos por completo no existe. El espacio físico que ocupamos en la tierra, los objetos que atesoramos e incluso los momentos que vivimos con otras personas y los recuerdos que fabricamos, dejarán de ser nuestros en algún momento; nos olvidaremos y también nos olvidarán.
Vivir es un perpetuo estado de tránsito; sabemos que nos vamos, aunque no sepamos a dónde ni cuándo. Es esta realización la que debe llevarnos a vivir sin miedo, tristeza o arrepentimiento. Aunque estemos convencidos de que hay sufrimientos insuperables, situaciones que nos golpean fatalmente o de las que creemos jamás podríamos olvidarnos, debemos recordar que no existe tal dolor que pueda desaparecernos.
El laberinto que es la vida jamás podrá destruirnos y es en este hecho el que debe residir toda nuestra esperanza.
Vivir es un perpetuo estado de tránsito; sabemos que nos vamos, aunque no sepamos a dónde ni cuándo. Es esta realización la que debe llevarnos a vivir sin miedo, tristeza o arrepentimiento. Aunque estemos convencidos de que hay sufrimientos insuperables, situaciones que nos golpean fatalmente o de las que creemos jamás podríamos olvidarnos, debemos recordar que no existe tal dolor que pueda desaparecernos.
El laberinto que es la vida jamás podrá destruirnos y es en este hecho el que debe residir toda nuestra esperanza.
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